martes, 8 de julio de 2008

Yo he tenido mi Mrs Robinson, pero a los 13 Parte 1

Creo que este relato será algo largo, así que tendré que hacerlo por entregas.

Aquí va la primera:



Por estas fechas, pero de hace muchos muchos años, mientras mis amigos andaban cachando pases y echando tochito, yo me las ingeniaba para multiplicarme por cero.

Todo inició en una fiesta de fin de año escolar en la casa de Alberto, ahí estábamos, por supuesto de un lado las niñas y del otro nosotros. La música sonaba a todo lo que daba el nuevo cuadrafónico de Alberto, recién traídos del gabacho.

La pura banda de secundaria, incluyendo a la abuelita de Alberto, una viejita muy cotorra y mal hablada que agarraba el patín y era bien alivianada. Bueno ese día también estaba ella. Una mujer bella, de personalidad interesante, todos le decíamos a Alberto "El Sobrino" y el se cabreaba. Esa vez llevaba un vestido rojo, muy bonito, que no dejaba ver nada pero si se podía adivinar su contenido. Todo era normal esa noche, salvo que en una de esas ella se acercó y me dijo que se notaba que era uno de las cabecillas del grupo, que le gustaban mis manos y no sé que tantas cosas más. Yo me puse colorado y no supe que decir. Avanzada la noche, me despedí de Alberto, después de ayudarle a recoger el desmadre. Me preguntó donde vivía y me dijo que me echaba un aventón porque le quedaba de camino.

Uy, esto lo van a saber mis cuates, voy a ser la envidia de todos, pensé mientras subía a su coche. Mientras íbamos en camino me preguntó cosas, las típicas de como vas en la escuela, desde cuando conocía a Alberto y qué deporte hacía porque tenía los brazos fuertes. Mientras aceleraba, frenaba y cambiaba las velocidades, sus piernas se dejaban ver cada vez más y mi corazoncito de estudiante se aceleraba más y más. Oops, se dio cuenta de que la estaba viendo, pero contrario a lo que pensé, no se acomodó el vestido, siguió así como si no pasara nada.

Eres muy simpático y guapo- me dijo cuando me bajé del coche -Igual y otro día te invito al cine. Yo no supe que contestar, simplemente di las gracias y salí volando del coche.

El fin de semana siguiente Alberto nos invitó a su casa de Cuernavaca, un lugar muy chido, con alberca y toda la cosa. El Chivo, Mike y yo estábamos dispuestos a disfrutar de las vacaciones, bueno El Chivo se llevó unos libros porque tenía que hacer exámenes extraordinarios, pero íbamos dispuestos a pasarlo bien.

Nos subimos al Datsun azul de Alberto y nos disponíamos a tomar camino cuando llegaron la abuela, la hermana y la tía equipadas con todo lo necesario para pasar el finde con nosotros. La verdad es que, a pesar de que pensábamos pasarlo entre puros chavos, no nos pesó la idea porque eran muy divertidas, y bueno, Cuernavaca, alberca, eso significaba ver a la hermana y la tía en traje de baño, jijiji. El único que lo lamentó fue Alberto.

Llegamos a la casa de Alberto, el clima de Cuernavaca era ideal, y más porque la tía estaba ahí. Nunca falta que falte algo, nadie se preocupó por comprar carbón, y un cuernavacaso sin carne al carbón no estaría completo.

Alberto con cara de que hueva dijo -ahorita voy por carbón al super-, pero la tía le dio una palmada en la cabeza -Mejor voy yo, sólo que necesito a un muchacho fuerte y guapo que me ayude a cargarlo-. En ese momento brincamos Mike, el Chivo y yo. Sonrió con una cara de asombro -uy cuanto caballero tan dispuesto tenemos aquí, bueno chicos acompáñenme-. Alberto le pidio a Mike que se quedara porque necesitaban hacer algunas cosas, así que El Chivo y yo nos fuimos con la tía.

-¿Alguien de ustedes sabe manejar?- mirándome fijamente a los ojos preguntó.

-La verdad es que si sé manejar, pero no tengo permiso- contesté. (De hecho Alberto, que era una año mayor que yo tampoco tenía permiso porque todavía no tenía la edad para manejar, sin embargo ya traía coche).

-Bueno en la colonia te lo dejo, cuando lleguemos a la avenida cambiamos- Se bajó y dio la vuelta para subirse del lado del copiloto. El chivo dijo que también sabía manejar pero no le hicimos caso, él ya estaba acostumbrado a eso.

La aventura de ir en coche por el carbón fue divertida, no paré en la avenida y llegué hasta el super, buscamos el carbón y compramos algunas otras cosas como vino blanco, chetos, chicarrones y papitas. En todo ese tiempo varias veces la tía y yo "chocamos" lo que me hizo poder sentir su cuerpo y me puso como una moto. Además, tengo la impresión de que lo hacía a propósito porque buscaba mis ojos y sonreía.


Continuará...

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